miércoles, 11 de abril de 2007

Quiero ser caduco ...

Una hoja marchita, barrida por el viento a través de la ventana, una hoja pequeña de un árbol cuyo nombre no se me ocurre, yace al borde de mi bañera. La observo, leo la escritura de sus nervios y venas, respiro la notable advertencia de la caducidad, ante la cual temblamos y sin la cual, no obstante, nada sería hermoso. ¡Maravilloso el modo en que la belleza y la muerte, el placer y la caducidad se desafían y condicionan mutuamente! Veo claramente en mi torno y en mi interior, como si fuera algo material, la frontera entre la naturaleza y el espíritu. Del mismo modo que las flores son caducas y hermosas, y el oro imperecedero y aburrido, también son todos los movimientos de la vida natural caducos y hermosos, e imperecedero y aburrido el espíritu. En este momento lo rechazo, no lo veo en absoluto como vida eterna, sino como muerte eterna, como algo inmóvil, esteril, informe, que solo puede adquirir forma y vida mediante el abandono de su inmortalidad. El oro debe convertirse en flor, el espíritu en cuerpo y alma para poder vivir. No, en esta tibia hora de la mañana, entre un reloj de arena y una hoja marchita, no quiero saber nada del espíritu que en otros momentos soy capaz de venerar; quiero ser caduco, quiero ser niño y flor.

En el balneario. Hermann Hesse.

1 comentario:

chule dijo...

Quiero ser caduco, quiero ser niño y flor.
Wow, me he quedado sin palabras...