El viejo: ¿Quieres intentar lo imposible e instruir plenamente a los hombres? ¿Cuál es tu garantía?
Pirrón: Es ésta: quiero poner a los hombres en guardia contra mí; quiero confesar públicamente ante todos mis arrebatos, mis contradicciones y mis necesidades. No me escuchéis, les diré, hasta que me haya igualado al más vil de vosotros e incluso puesto por debajo de éste; pertrechaos todo lo que podais contra la verdad, ante el asco que os inspira su defensor. Seré vuestro seductor y vuestro impostor, si me llegáis a tener el menor destello de consideración y de respeto.
Pirrón: Es ésta: quiero poner a los hombres en guardia contra mí; quiero confesar públicamente ante todos mis arrebatos, mis contradicciones y mis necesidades. No me escuchéis, les diré, hasta que me haya igualado al más vil de vosotros e incluso puesto por debajo de éste; pertrechaos todo lo que podais contra la verdad, ante el asco que os inspira su defensor. Seré vuestro seductor y vuestro impostor, si me llegáis a tener el menor destello de consideración y de respeto.
El viejo: Prometes demasiado, no creo que puedas soportar ese peso.
Pirrón: Pues entonces les diré también a los hombres que soy demasiado débil y que no puedo cumplir lo que prometo. Cuanto mayor sea mi indignidad, más desconfiarán de la verdad cuando salga de mi boca.
El viejo: ¿Entonces predicas la desconfianza de la verdad?
Pirrón: Una desconfianza tal como no la ha habido nunca en el mundo: la desconfianza de todo y de todos. Esta es la única vía que lleva a la verdad. El ojo derecho no ha de fiarse nunca del izquierdo, y será preciso que, durante cierto tiempo, la luz sea oscuridad: éste es el camino que hay que seguir. Pero no penseis que os va a llevar junto a árboles frutales ni hermosos sauces. En este camino hallaréis granos pequeños y duros, son las verdades: durante décadas tendréis que comer mentiras a puñados para no moriros de hambre, aunque sepáis que son mentiras. Pero esos granitos serán sembrados y quedarán ocultos bajo la tierra, y puede que algún día llegue el momento de la cosecha, aunque nadie, de no ser un fanático, tiene derecho a prometerla.
El viejo: ¡Amigo mío! Tus palabras son también las de un fanático.
Pirrón: ¡LLevas razón! Quiero desconfiar de todas las palabras.
El viejo: Entonces tendrás que callarte.
Pirrón: Les diré a los hombres que debo callarme y que desconfíen de mi silencio.
El viejo: Entonces, ¿renuncias a tu empresa?
Pirrón: Al contrario, acabas de indicarme la puerta por donde debo entrar.
El viejo: No sé si nos estamos entendiendo.
Pirrón: Probablemente, no.
El viejo: ¡Con tal de que te entiendas a tí mismo!
Pirrón: Puede que no sea así. (Se hecha a reír).
El viejo: ¡Ay amigo mío! Callar y reír... ¿es esa toda tu filosofía?
Pirrón: No sería la peor.
El caminante y su sombra. Friedrich Nietzsche.
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