miércoles, 27 de junio de 2007

El alma humana es pequeña ...

Un hombre rico tiene medios de alcanzar la suprema felicidad. Dedicarse al estudio, puramente, sin ambiciones ni temores. No debería ambicionar plazas, honores, títulos ni funciones públicas, académicas o sociales. Podría poseer un vasto laboratorio junto a su casa, rodeados por un parque ambos edificios. Con una buena biblioteca además, no conocería la servidumbre de las lecciones profesionales, las monotonías de los exámenes, la pesadez de las candidaturas ni las peticiones de los aspirantes. Podría limitar el trato a dos o tres domésticos de confianza y unos cuantos discípulos, más bien amigos que alumnos.

Podría tenerle sin cuidado los juicios del público, y solo podría, si quisiese, pedir a los demás hombres que le dejasen en paz. Despertaría diariamente aguardando un nuevo descubrimiento y se dormiría cada noche, lleno de esperanza. En vez de luchar contra los hombres, lucharía contra las cosas, mucho más clementes... Sin embargo, para decidirse por una vida semejante, sería preciso ser un sabio y un prudente a la vez. Desdichadamente, el alma humana es pequeña para contener tanta grandeza.

Los ídolos de un filósofo. Charles Richet.

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