miércoles, 13 de junio de 2007

Hijos de la nada ...

Hoy que el tiempo ha desgranado miles de millones de minutos y de años y el universo es irreconocible comparado con lo que era en aquellos primeros instantes, y desde que el espacio se ha vuelto de pronto transparente, desde que las galaxias envuelven la noche en sus espirales fulgurantes y en las órbitas de los sistemas solares millones de mundos maduran sus himalayas y sus océanos en la alternancia de las estaciones cósmicas, y en los continentes se amontonan multitudes alegres o sufrientes o asesinándose unas a otras con meticulosa obstinación, y surgen y se derrumban los imperios en sus capitales de marmol y pórfido y cemento, y en los mercados desbordan vacas en cuartos y guisantes congelados, y prendas de tul y brocado y nailon, y pulsan los transistores y los ordenadores y todo tipo de chirimbolos, y desde cada galaxia todos no hacen más que observar y medirlo todo, desde lo infinitamente pequeño hasta lo infinitamente grande, hay un secreto que tu y yo conocemos: que todo lo que está contenido en el espacio y en el tiempo no es sino lo poco, generado de la nada, lo poco que también podría no existir, o ser todavía más exiguo, más extenuado y perecedero. Si preferimos no hablar de ello, ni para bien ni para mal, es porque solo podríamos decir esto: pobre grácil universo hijo de la nada, todo lo que somos y hacemos se te parece.

La gran bonanza de las Antillas. Italo Calvino.

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