a darse besos de carne;
ninguna tenía pulso,
o lo tenían, ¡quién sabe!
Gozaba yo con mirarlas
y ví que gozaba el aire;
las flores no lo sabían,
o lo sabían, ¡quién sabe!
Saciaba en un claro arroyo
su sed un pájaro errante;
ciegas miraban las flores,
o no miraban, ¡quién sabe!
El aire y yo sonreimos
viendo aquel juego suave.
¿Quién sabe lo que sabían
de amor las flores ¡… Quién sabe?!
Manuel Beato del Rosal. Abril 2.007.
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