lunes, 14 de mayo de 2007

Amistad rota ...

Todo hombre, por bondadoso que sea, tiene que vulnerar una o varias veces en su vida las bellas virtudes de la piedad filial y la gratitud. Tiene que dar alguna vez el paso que le desliga de sus padres y de sus maestros y sentir algo de la dureza de la soledad, aunque en su mayoría no pueden soportarla mucho tiempo y vuelvan pronto a someterse. De mis padres y de su mundo familiar, del mundo "luminoso" de mi bella infancia, no me había yo separado con vilolenta lucha, sino en un paulatino alejamiento pausado y casi imperceptible. Esta separación me apenaba y me procuraba, a veces, horas muy amargas en mis visitas al hogar ¡pero su dolor no penetraba verdaderamente hasta mi corazón!. Podía soportarla.

Muy distinto es cuando nuestra veneración y nuestro cariño son ajenos a todo hábito y corresponden a una pura inclinación personal, cuando de todo corazón hemos sido el amigo o el discípulo. En estos casos, es un instante amargo y terrible aquel en el que vislumbramos de repente que la corriente dominante en nosotros quiere apartarnos de la persona querida. Cada uno de los pensamientos que rechazan al amigo o al maestro se vuelve entonces, con aguijón envenenado, contra nuestro propio corazón y cada uno de los golpes que asestamos nos hiere, de retorno, en el rostro. En aquel que creía seguir una propia moral superior surgen las ideas de "traición" e "ingratitud" como reproches y estigmas vergonzosos, y el corazón, asustado, huye temeroso a refugiarse en los amados valles de las virtudes infantiles, sin resignarse a creer que también ha de ser consumada esta ruptura y quebrantado este lazo.

Demian. Hermann Hesse.

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