sábado, 17 de marzo de 2007

Lección de sensibilidad ...

Si no somos dueños de la frescura del aire ni del fulgor de las aguas, ¿Cómo podrán ustedes comprarlos? Cada parcela de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada brillante mata de pino, cada grano de arena en las playas, cada gota de rocío en los oscuros bosques, cada altozano y hasta el sonido de cada insecto es sagrado a la memoria y al pasado de mi pueblo. La savia que circula por las venas de los árboles lleva consigo las memorias de los pieles rojas.

Somos parte de la tierra y asimismo ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas. Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y el hombre, todos pertenecemos a la misma familia. El agua cristalina que corre por los ríos y arroyuelos no es solamente agua sino también representa la sangre de nuestros antepasados, si les vendemos tierra deben recordar que es sagrada y que cada reflejo fantasmagórico en las claras aguas de los lagos, cuenta sucesos y las vidas de nuestras gentes. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre. Los ríos son nuestros hermanos y sacian nuestra sed, son portadores de nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos.

Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestro modo de vida. El no sabe distinguir entre un pedazo de tierra y otro, ya que es un extraño que llega de noche y toma de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermana, sino su enemiga, y una vez conquistada sigue su camino, dejando atrás la tumba de sus padres sin importarle. Trata a su madre la tierra y a su hermano el firmamento como objetos que se compran, se explotan y se venden como ovejas o cuentas de colores.

No sé, pero nuestro modo de vida es diferente al de ustedes. La sóla vista de sus ciudades apena la vista del piel roja. Pero quizás sea porque el piel roja es un salvaje y no comprende nada. No existe un lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ni hay sitio donde escuchar como se abren las hojas de los árboles en primavera. Pero quizás también esto se debe a que soy un salvaje que no comprende nada. El ruido sólo parece insultar nuestros oídos y después de todo ¿para que sirve la vida si el hombre no puede escuchar el grito solitario del chotacabras, ni las discusiones nocturnas de las ranas al borde del estanque?

¿Qué sería del hombre sin los animales? Si todos fueran exterminados el hombre también moriría de una gran soledad espiritual. Porque lo que le suceda a los animales también le sucederá al hombre.

Esto sabemos: La tierra no pertenece al hombre, el hombre pertenece a la tierra. Todo lo que le ocurra a la tierra le ocurrirá a los hijos de la tierra. Lo que el hombre hace con la tierra se lo hace a sí mismo. Termina la vida y empieza la supervivencia.

Extracto de la carta del jefe indio Seattle al presidente de E.E.U.U., Franklin Pierce, con ocasión del tratado de Port Elliot, en el que se proponía a los indios la compra de sus tierras.

1 comentario:

Penagos dijo...

Me parece tan bueno que me tomo la libertad de incorporarlo en mi Blog. Confío que no te moleste.
Ciao.