si al decirlo no dije nada.
Más diciéndolo me dije algo a mi mismo,
pero ni diciéndolo comprendo lo que dije.
Por eso ya, más vale no decir nada más;
aunque no decir nada más ya,
sea lo mismo que dije
y que yo no sé porque lo he dicho.
Nunca desconfiamos bastante de las palabras. Parecen nada las palabras, sin peligro, pequeños soplos, un ruido en la boca sin frío ni calor, no desconfiamos de ellas y viene la catástrofe. Hay palabras escondidas entre las otras como piedras. No las descubrimos pero ellas nos envenenan la vida.
Lo que está en vías de desarrollo se rebela contra el futuro; es demasiado impaciente para hacer otra cosa. El joven no quiere esperar a que su concepción del hombre y de las cosas se consuma a costa de largos estudios, privaciones y dolores; por consiguiente, acepta sin recelo la imagen enteramente acabada que le ofrecen, como si descubriese en ella anticipadamente los trazos y los colores de su cuadro; se entrega a un filósofo, a un poeta, a una causa y durante mucho tiempo se convierte en su esclavo renegando de sí mismo. Así aprende muchas cosas, pero con frecuencia también olvida lo que es más digno de ser aprendido: el conocimiento de uno mismo; por esta razón no deja de ser un partidario durante toda su vida. ¡Hay que sufrir y trabajar mucho hasta dar con el pincel y con el lienzo! E incluso entonces estaremos muy lejos aún de dominar el arte de vivir, aunque, por lo menos, seremos dueños de nuestro propio taller.
¿Soy un adivino? ¿Soy un soñador? ¿Soy un hombre embriagado? ¿Un intérprete de los sueños? ¿Una campana de la medianoche? ¿Una gota de rocío? ¿Un vapor y un perfume de la eternidad? ¿No lo oís? ¿No lo percibís? Mi mundo acaba de consumarse; la medianoche es también mediodía. El dolor es también una alegría, la maldición es también una bendición, la noche es también un sol..., alejaos o aprendereis que un sabio es igualmente un loco. ¿Habeís aprobado alguna vez una alegría? ¡Oh amigos míos! ¡Entonces habéis aprobado también todos los dolores! Todas las cosas están encadenadas, entrelazadas, encariñadas... ¿Querríais algún día que una misma vez volviera dos veces? ¿Habéis dicho alguna vez: ¡Me gustas felicidad!, ¡momento!, ¡parpadeo!. Entonces vosotros también decís al dolor: pasa, pero vuelve, ¡porque toda alegría quiere... la eternidad!
-¿Por qué dice usted que este viaje es inolvidable?, volvió a preguntarme. ¿Sólo porque viajamos a oscuras y le obligo a tocar violines inexistentes?
Considerando las cosas con calma, tal vez hagamos bien en no sorprendernos excesivamente por tanta muerte súbita. La muerte, al fin y al cabo, nos conduce hacia el lugar donde nos espera la mayoría, y la mayoría, como decía aquél, siempre tiene la razón de su parte. ¿Cuántos quedamos vivos?
-He aquí lo que entonces me respondió la vida, cubriéndose sus delicados oídos: "¡Oh Zaratustra! ¡No restalles tan espantosamente tu látigo! Bien lo sabes: el ruido asesina los pensamientos..., y ¡he aquí que a mí llegan tan tiernos pensamientos! No somos los dos adecuados para nada: somos verdaderos indolentes. Más allá del bien o del mal hemos hallado nuestra isla y nuestra verde pradera... ¡Los dos solos las hemos hallado! ¡Por esto es preciso que nos amemos el uno al otro! Y aun cuando no nos amáramos con todo nuestro corazón, ¿es necesario desearse mal cuando no se ama de todo corazón? Y que te amo, que te amo a menudo demasiado, lo sabes muy bien: La razón de ello es que estoy celosa de tu sabiduría. ¡Ah! ¡Esta vieja loca sabiduría! Si alguna vez te abandonara tu sabiduría, ¡ay!, mi amor te abandonaría con la misma rapidez..."
-¿Qué pueden significar, me preguntó, las diferencias que puedan surgir entre dos hombres como nosotros, que acaban de conocerse, si las comparamos con el enfrentamiento perpetuo de dos cabecitas insertas por un solo cuello en el mismo tronco?
Envejecer es mala cosa, suspira levantando la mirada hacia la muchacha de la fotografía. No hay, por supuesto, respuesta a sus palabras, y el narrador piensa que ella está de acuerdo, aunque solo sea por aquello de que quien calla otorga. Aplicar ese principio jurídico a las pequeñas cosas de la vida cotidiana, en realidad podría servir de consuelo a muchos hombres solitarios.
Aquí radica la principal diferenciación entre la crítica literaria y la artística. En tanto que en la primera, la substantivación y descripción de las vivencias conceptuales requiere un proceso de dentro afuera, de tal manera que las palabras anodinas se nos lleguen a aparecer plenas de sentido, la crítica de la obra de arte exige un proceso inverso. Una proyección esencial de lo intuible, de manera que su más profunda realidad la conformen exactas deducciones de lo aparencial.
Cada obra de arte es un mundo que se basta a sí mismo, y cuya génesis y plasmación surgen de su misma esencia.